“El cine es política”, Lionel Soukaz“No hay que hacer cine político, hay que hacer políticamente cine”, Jean Luc Godard
Hay algo que nunca me cerró respecto a la obra de Stanley Kubrick. Frente a las ovaciones exageradas de algunos camaradas cinéfilos, de amigos, del mundo entero, yo nunca supe cómo decir “no es tan increíble” sin miedo a ser expatriado de la sociedad. Por qué nunca me gustó demasiado Kubrick es algo que durante mucho tiempo permaneció en las tinieblas; tinieblas que, ahora, creo estar dilucidando.
Con el tiempo, después de ver varias veces la obra del susodicho autor, uno va sobrepasando la primera impresión que nos deja. Esta consiste en una deslumbrante fotografía (y recordemos que Kubrick antes que nada fue fotógrafo), una estética particular, diferente para cada película pero con un nosequé de estilo individual, y una redondez admirable. Las películas son circuitos cerrados, armoniosos, y con estilo, a pesar de que argumentalmente no parezca así (
Eyes Wide Shut, 1999). Ahora bien, como decía, viendo las mismas películas numerosas veces, aprovechando la enorme popularidad del autor, noté algo importante respecto a estos temas: sí, posee una excelente fotografía y por sobre todo, una increíble estética, y estas son las cuestiones que el susodicho “todo el mundo” suele argumentar para justificar la admiración; pero me atrevo a admitir, con humildad y esperando algún reproche, que no encuentro en Kubrick más que eso. El hombre trabaja técnica y formalmente con excelencia, sus argumentos son particulares e interesantes, trabaja con la emoción del espectador, lleva a cabo una puesta en escena ideal, maneja todos los recursos existentes, etc., etc., pero ¿qué hay de nuevo en todo esto? Kubrick es un manual de la forma en el cine, es un know-how de cómo hacer una película, pero carece de todo lo demás. Kubrick es forma. Y el cine no es forma. Falta algo esencial; en cada una de sus películas, falta una
razón de ser. Es decir, la maldición del cine kubrickiano es la absoluta y completa falta de política.
Estoy personalmente convencido de que el cine es más que la forma. Por eso siempre tuve una repulsión automática a tratar al cine, tanto analítica como prácticamente, como mera técnica. Eso explicaría mi desacuerdo con la existencia de escuelas técnicas de cine; pero eso es otro tema. Entonces uno diría: “claro que el cine no es mera técnica; el cine es, ante todo, arte”, y he aquí otra cosa con la que me encuentro, al menos parcialmente, en desacuerdo. Sí, el cine es un arte, y además, es un oficio, pero si dejásemos el tema ahí, podríamos decir que Kubrick es un genio. El cine es, ante todo, un hecho político. Por qué filmamos, sería la pregunta. Si filmamos porque queremos encontrar “una imagen copada” me parece que deberíamos abandonar ya mismo la tarea. Una buena imagen no tiene sentido. Una película no puede existir por el hecho de querer ser algo agradable a la vista, algo sensorial. Para eso, dejemos de lado el arte, la política y la técnica, y dediquémonos al puro espectáculo, maravillándonos de nuestra creación como monos frente a un espejo. La existencia de una determinada película es una decisión política. Y acá entra la definición de política en salvación de las malinterpretaciones de lo que estoy intentando decir.
No quiero que se crea que debemos relegar el cine a la documentación de la vida, y hacerlo político en cuanto refleja las relaciones sociales de producción, filmando a los obreros explotados, a las villa miserias, a las manifestaciones populares. Eso en general no sirve para nada, y más que cine es panfleto. Tuvimos la oportunidad de verlo en la última y primera muestra del DOCA (Documentalistas Argentinos). El hecho de filmar en sí mismo es un acto político, por lo que tenemos que hacer cine no político, sino políticamente. A la hora de filmar, tener consciencia, moral, ética y política de qué estamos haciendo es fundamental. Y esto también puede ser pésimamente interpretado. No estoy bogando por un cine moralista, sino por la conciencia y la
realización de los realizadores. Con realización me refiero a la inmersión en la realidad. Estoy llamando en contra de películas de
tapper, preocupadas por quedar bien estéticamente y creer que así son buenas películas. Y estéticamente no es sinónimo de visualmente. Desde ya que no puedo ser ingenuo y pedirle peras al olmo. Sé que no es una situación adecuada para pedir algo así, considerando la
tapperización de la sociedad en su conjunto, pero que la gente en condiciones socio-económicas de estar comprometida con la realidad esté filmando con el objetivo de imitar la Nouvelle Vague, abstraída en videoclubes, sin abrir un diario, no es algo sostenible. Es lo que se logra con un estado que trata el cine como un arte aparte y destinado a los muchachos de boinas. Si no es para vos, no es para vos. Entonces descuidamos completamente todo lo relacionado al cine. Y el cine no es un arte aislado, es mucho más. Así surgen las escuelas privadas, realmente técnicas, realmente esteticistas, y surge toda una camada de realizadores idiotas pensando en luces, en vestuarios, en diálogos imbéciles, en ser intelectuales, en ser cinéfilos, en mirar mucho Kurosawa, en mirar mucho Godard, en no perderse una función del festival, y en nada más. Y tenemos un cine con muchas aspiraciones y pésima calidad.
Es, por mucho que pretendan creer que no, cine de forma. Incluso se cae en la doble trampa de hacer forma de política. Es el viejo y rancio Nuevo Cine Argentino, filmando gente alienada en situaciones alienantes como si eso fuera a aclarar algo sobre cualquier cosa.

Al filmar, tenemos que saber por qué estamos filmando. Y todos están pensando ahora que pido a gritos cine comprometido con la realidad, lo que quiere decir que, como Dziga Vertov, quiero ya salir a la calle a filmar a los pobres. Al contrario. Quiero
ya cine de género, quiero ya cine comercial. Que se termine esta farsa de que el buen cine es sólo el del Bafici, por dios qué lejos de la realidad.
¿En qué se relaciona un cine comercial con un cine político? En que, repito, no quiero un cine político, quiero un cine
políticamente. Y la política se lleva a cabo en hechos, no en palabras. Filmar manifestaciones es desperdiciar cinta, porque una manifestación y una bandera del Che no nos dice nada. A su vez, filmar jóvenes inútiles en el Jardín Botánico en blanco y negro porque queda mejor y hacerlos decir cualquier cosa, en cualquier lugar, disfrazando la cuestión de cine independiente, y establecer que a más aislamiento más independiente, ergo más calidad, es casi casi peor aún. Y un ejemplo de cine políticamente: filmar una comedia romántica y distribuirla como se pueda, o filmar diez en un año, es remontar una industria. Y ya que los cinéfilos somos todos progres, qué más progre que una buena industria cinematográfica. Es devolver al cine argentino su carácter popular. Eso es un ejemplo, de mil, de lo que quiero decir con políticamente cine. Se trata de que los hechos (hechos de filmar) actúen por sí mismos. La película tiene valor por su existencia, por la película que es en relación con su realidad, además de por su calidad artística, si es que pueden diferenciarse ambos temas. Es así como ninguna de las grandes películas o directores lo son aislados de su contexto.
El Ciudadano no es nada si no sabemos las mil cosas sobre la utilización de la profundidad de campo, los encuadres específicos, y las mil cosas en que fue revolucionaria. Hay que tener en cuenta que lo revolucionario no puede serlo nunca sin su contexto no revolucionario.
Es claro entonces que, queramos o no, puesto que el contexto existe independientemente de nosotros, al hacer una película estamos consumando un hecho político que actúa y es influido por la realidad circundante. Las películas que trascienden son, claro está, las que actúan activamente sobre esta realidad, con plena consciencia de la misma. Entonces así es como entiendo que no me atraiga Kubrick. Sin razón de ser, sin posición activa, sin un sentido algo más profundo que la estética, el cine no tiene sentido. Ampliaré esto en futuros artículos.